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lunes, 27 de julio de 2015

Dolor o sufrimiento

Igual que en otro post ya abordé mi perspectiva acerca de la diferencia entre un sentimiento y una emoción, siendo ésta última la explosión incontenible del primero, habiendo éste permanecido reprimido con la finalidad de no molestar al entorno censor, en esta ocasión mi interés se centra en discernir entre dos términos habitualmente intercambiables fruto de cuya confusión nace el atasco mental en el que la humanidad permanece sumida.

¿Es sufrir lo mismo que sentir dolor?
Postular que no es lo mismo y pretender resumirlo en un post con meras palabras sería tan petulante como crear un símbolo gráfico, un logotipo y afirmar que representa universalmente al amor. Y sin embargo cuando vemos una paloma blanca todos nos sentimos embargados de un cierto bienestar, de una sensación de pureza que nos pertenece más allá de los errores y culpas arrastradas.
No obstante voy a arriesgarme a adentrarme en los procelosos terrenos de la ambigüedad para separar el grano de la paja.

Rara vez he escuchado a alguien decir "estoy sufriendo". Quiero decir, en primera persona. Lo habitual es asignar ese estado a otros. "Sé lo mucho que estás sufriendo"..."Sufrió mucho toda su vida", "sufrirás las consecuencias", etc...Se podría afirmar que no hacemos tales afirmaciones refiriéndonos a nosotros porque nos da vergüenza reconocer que el sufrimiento nos incumbe, pero quizá no lo hacemos porque en realidad nunca nos hemos detenido a describir nuestro sufrimiento.

Igual que somos capaces de llegar a decir te amo –que es la más íntima declaración de poder/vulnerabilidad que un ser humano pueda hacer– qué nos impide decir "yo sufro", o "padezco" (un sinónimo), si no es porque en nuestro fuero interno no sabemos a qué nos referimos. Existe una costumbre de hablar de 'mal de amores' cuando el amor 'no funciona', cuando todo lo que debería ser natural no lo es.
No nos cuesta decir "me duele". Es una expresión incontenible cuando el origen del dolor es detectado. "Ay!" decimos (gritamos), sin ruborizarnos. Pero sufrimos en silencio, callamos.
Sentir dolor es algo que constatamos empíricamente. Cuando nos 'duele el alma' tarde o temprano ese dolor acaba reprecutiendo en el cuerpo físico.

Me duele algo hasta que deja de dolerme. Pero el sufrimiento se antoja algo inconmensurable, difícilmente medible, como el...miedo. Ignoras cuando empezó y si alguna vez terminará. Puedo decir si me duele mucho o poco, más que ayer o menos que ayer, pero no puedo decir sufro mucho o poco porque no hay baremos para medir el miedo. Tienes miedo o no lo tienes. Pero ¿miedo a qué?

De sufrimiento uno puede extraer rédito. Puedes alimentar tu victimismo a través de tu sufrimiento. No hace falta que te pongas una etiqueta, o que alguún médico te diagnostique que 'sufres ' (ya digo, imposible). Sin embargo el dolor si es constatable, medible y curable. Una herida abierta que sangra se desinfecta, se sutura y cicatriza. Punto. Pero el sufrimiento no sangra, actúa como si sangrara.

El sufrimiento da protagonismo. Cuando eres víctima existe el riesgo de hallarle gusto a ese estatus. Y existen mecanismos en este mundo destinados a concederte el pedestal que reclamas. Es el germen de la vanidad. El mundo premia a las víctimas. Mejor dicho, las víctimas (todos los fuimos, igual que verdugos) tienen la opción de aceptar los premios de este mundo de ficción o la salvación cósmica.

Si lo comparásemos con una visita al dentista, sufrimiento sería todas las estrategias que despliegas para postergar la visita, todo lo que haces para disimular tu miedo al dolor, las llamadas a la consulta para aplazar tu cita. Dolor es lo que sucede cuando el torno se pone en marcha y lo que sientes cuando la anestesia ha hecho efecto.

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