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martes, 11 de octubre de 2011

Accidentes que no fueron (I)

"Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (Jn. 8:31)


Dicen –y estamos empezando a reconocerlo y aceptarlo– que aquello que llamamos la 'realidad', y que no es más que el cúmulo de percepciones generadas por nuestros escasos cinco sentidos físicos, se sustenta en –y es atraída por– nuestros pensamientos y creencias. Recogemos e incorporamos dichos pensamientos en la bandeja de entrada de nuestro gestor de correspondencia mental, nuestra embajada particular de aquello que Jung denominó el Inconsciente colectivo, sin concedernos el tiempo a aplicar la nativa capacidad de discernimiento de la que estamos dotados, capacidad con la que discriminar la fiabilidad de la procedencia de dichas creencias. Rara vez nos detemos a realizar el adecuado escrutinio entre los pensamientos aceptables y los delirantes. Hemos perdido de vista el potencial del sentido común, dando por sentadas muchas cosas y comulgando aborregadamente con quijotescas ruedas de molino, sin tan siquiera darnos el permiso para cuestionarlas. Y lo hacemos simplemente porque fueron difundidas con anterioridad, por medios masivos de comunicación. Noticias en cuya gestación no hemos intervenido aunque sí hayamos participado generación tras generación en esforzadas tareas divulgativas, por supuesto siempre ad honorem.

Este artículo no tiene la pretensión de alterarte (o si) aunque sin duda producirá un refrescante efecto desestabilizador en tu esquemas mentales. 

Al grano. En abril de 2012 se cumplió el centenario de una de las mayores tragedias que el transporte naval ha testimoniado. Tragedia que, difundida en su momento con el mayor de los ecos mediáticos, sacudió a la opinión pública de este mundo.



Para muchas personas la madrugada del 14 al 15 de abril de 1912 fue sin duda la más trágica de su vida. En esa gélida noche, el Titanic, flamante nuevo buque de la compañía White Star Line –calificado como “el insumergible” (unsinkable) por sus armadores– se fue al fondo del Océano Atlántico para siempre. Y junto a él, 1523 de sus pasajeros desaparecieron bajo las aguas de Terranova, convirtiéndose en uno de los mayores siniestros de la humanidad. Todavía hoy, su hundimiento sigue siendo un tema que suscita pasiones y conmoción.


El capitán designado para gobernar el trayecto inaugural del imponente Titanic era Edward Smith, un experimentado (?) navegante –y fiel coadjutor jesuita– al que respaldaban más de 40 años de experiencia como navegante, contratado por John Pierpont (JP) Morgan, a la sazón el mayor magnate del acero de la época. Éste financiero, gracias su ilimitada fortuna personal se había fácilmente hecho por entonces (1893) con la propiedad de la naviera White Star Line.
Bruce Ismay, hijo de Thomas Henry Ismay –verdadera 'alma mater' tras la que se halló el nacimiento de la famosa naviera allá por 1869– fue designado oficialmente por el propio JP Morgan –de cara a los medios– como director de la naviera. Sin embargo, técnicamente Ismay no era sino un mero asalariado del financiero. La compañía White Star estaba siendo superada en estándares de lujo y tamaño por la joven Cunard, con sus estandartes a la cabeza (Mauretania y Lusitania).




Morgan Robertson fue un oficial estadounidense de la marina mercante, popularmente conocido por ser el autor de "Futility, or the wreck of the Titan", la novela premonitoria de los acontecimientos que nos incumben en este artículo. También fue el autor de "Beyond the Spectrum" en 1914 (un año antes de su propio fallecimiento), novela donde relata pormenorizadamente, si bien con 27 años de adelanto, el ataque sorpresivo de la marina nipona sobre la base naval estadounidense de Pearl Harbour. ¿Un escritor? ¿Un profeta? 


El 24 de marzo de 1915, Robertson fue encontrado muerto en su habitación en el hotel Alamac en Atlantic City, Nueva Jersey, Estados Unidos, a la edad de 53 años. Se cree que la causa de su muerte pudo haber sido una sobredosis de yoduro de mercurio, utilizado para el tiroides y la reuma.

Dicho esto vayamos al relato propiamente...

National Geographic 'Los Secretos del Titanic,' (1986):
'En el momento de zarpar desde Southampton, al sur de Inglaterra, se hallaba a bordo el padre Francis Browne. Era el jesuita más poderoso de toda Irlanda. […] El Provincial Padre Francis Browne y 2 (los jesuitas consideran, al parecer, a las diversas naciones como provincias del Vaticano), por entonces un joven (32) religioso y ya consumado fotógrafo (actualmente es comparado con los famosos Doisneau y Cartier-Bresson) embarca en el Titanic con el propósito de constatar fotográficamente la presencia a bordo de los tres empresarios más acaudalados e influyentes en el mundo por entonces –John Jacob Astor, Benjamin Guggenheim e Isador Strauss–. 



A continuación, el padre Browne (un cura muy castrense sin duda a juzgar solo por la foto) cena en privado con el Capitán Smith, a la sazón miembro asociado 'coadjutor' (y 2) de la Compañía de Jesús y, con toda probabilidad, le recuerda su juramento de obediencia a la Orden fundada por Ignacio de Loyola durante el concilio de Trento (ya sabes, con motivo de la Contrarreforma urgente con la que el Vaticano reaccionó a la osadía reformista luterana). Una orden a la que se bautizó vergonzosamente como la 'Compañía de Jesús'. A la mañana siguiente, el padre Browne se despedía de su 'discípulo' y desembarcaba en la segunda escala del trayecto, la irlandesa Queenstown –actualmente Cork–, curiosamente su ciudad natal.' La escala técnica en Queenstown tan solo conllevó el abordaje de 4 pasajeros (entre ellos un presbitero escocés) y el desembaco de 8, entre los que se hallaba el también sicario jesuita padre Browne)

Parece ser que mientras tomaba fotos de los acaudalados empresarios durante la travesía hasta Irlanda, uno de ellos (probablemente el mismo John J. Astor), habiendo entablado amistad con el padre Browne, se ofreció a abonar su pasaje para el resto del trayecto hasta Nueva York. Al notificar a su superior en Roma la oferta recibida, el padre Browne recibiría un telegrama recibido por el telegrafista del mismo buque en el que sucintamente se lee:


"Desembarque de este buque, Provincial".
 

El Capitán Edward Smith, conocedor como fiel coadjutor, de lo irrevocable de los mandatos transmitidos por la más alta jerarquía jesuita, acababa pues de ser puesto pormenorizadamente al corriente acerca de cuál debía ser su modus operandi una vez alcanzadas las aguas del Atlántico Norte: debía cooperar en el hundimiento del Titanic. Y en eso puso todo su empeño, tal como le fue ordenado en la misiva que el padre Browne l entregó la noche anterior. El capitán Browne no hizo preguntas. No tenía alternativa en virtud del voto de obediencia anteriormente mencionado. Por lo demás, y de acuerdo con la estricta y secreta filosofía jesuita: "Los inocentes son perfectamente prescindibles cuando un bien más elevado se antepone. El fin justifica los medios." No olvidemos el origen de la Compañía de Jesús: "...Su fin es "militar para Dios bajo la bandera de la. Cruz y servir sólo al Señor y al Papa, su vicario sobre la Tierra". "El combate de la Iglesia contra los protestantes y el proselitismo y la recuperación del catolicismo en los territorios centroeuropeos se hicieron gracias a la militancia activa y directa de la Compañía de Jesús, el gran instrumento, junto con las decisiones tomadas en el Concilio de Trento, para reformar la Iglesia católica." (fuente)
Esta máxima justificativa de eventuales 'daños colaterales', es una máxima argumentada y llevada a la práctica con inusitada frecuencia, a lo largo de la historia. Sabemos que Carl Marx y Friedrich Engels –padres del socialismo– utilizarían esta máxima para conseguir su propósito de instaurar la ´lucha de clases', de los que poco después Lenin sería el perfecto sicario al acabar con la estirpe de los Romanov (curiosamente defensores de la tradición cristiana ortodoxa, enfrentada desde el Gran Cisma, con la doctrina vaticana). Esa es, y no otra, la gran razón ideológica que se halla detrás de la manipulación de los recursos financieros del mundo. La meta: Un único poder religioso en el mundo; una única moneda; un único sistema bancario; un único sistema educativo; un único ejército. El Nuevo orden Mundial.
El capitán Smith había estado navegando por el Atlántico Norte durante 26 años. Era, pues, uno de los navegantes más experimentados del mundo en esas aguas frías. Edward Smith sabía pues, perfectamente, dónde se hallaban los icebergs y cuál era la velocidad adecuada para poder sortearlos. Sin embargo, siguiendo órdenes tan estrictas como secretas, propulsó al Titanic hasta alcanzar su máxima velocidad de crucero (22 nudos), atravesando, en una calculada noche sin luna, un inmenso campo repleto de icebergs de 80 millas cuadradas de superficie. Había recibido órdenes de su dios –desde el Vaticano (a través del padre Browne) de aproximar lo máximo posible el buque a los témpanos de hielo. Nada debía ni podía interferir en dicho mandato. Debía poner todos sus conocimientos al servicio de la causa jesuita...


Determinar fehacientemente qué es lo que con exactitud sucedió alrededor de las 11 de la noche en las proximidades de Terranova implicaría extraer una bola de cristal capaz de leer el pasado. Sin embargo, las acciones tomadas por el Capitán Edward Smith durante sus últimas horas de vida tras la fatal colisión con el témpano de hielo, delatan el estado de ánimo de un profesional de la navegación que en absoluto se corresponden con el liderazgo y confianza que se presupone de alguien con su rango, autoridad y experiencia. 



 Más bien fue descrito por los supervivientes, como un alma en pena, como ido, luchando con su conciencia, lo cual encaja perfectamente con el estado de ánimo un ser humano abrumado por el destino al que está arrastrando a los ocupantes del buque. Un destino sellado con la obediencia debida al mandato de instancias más elevadas. Un hombre atado de pies y manos, con una cadena al cuello de su conciencia, algo excelentemente descrito en la Película de James Cameron durante la escena en la que Smith se encierra fatalmente en el puesto de mando.



La falta de plazas, para todos los ocupantes del buque, en los botes salvavidas era totalmente intencionada. Muchos de dichos botes fueron simplemente ocupados por algunas mujeres y niños. El capitan jesuita nunca dio la orden de pedir auxilio por radio puesto que extrañamente el recientemente inventado ingenio de Marconi dejó de funcionar días antes, y tiró por la borda todas las bengalas de auxilio de color rojo, dejando solo disponibles bengalas blancas, consideradas en marina mercante como las usadas para celebrar fiestas y eventos. De hecho así fue advertido por los buques próximos. Todo ello no se debe a la argumentada arrogancia del armador o de la tripulación acerca de la insumergibilidad del buque. Todo este cúmulo de fatales circunstancias había sido calculado al detalle. Ningún buque debía socorrer al Titanic en su agonía. Mucho se ha especulado sobre la identidad del barco misterioso que pasa de largo en la fatídica noche, y que pudiese haber salvado a todos los pasajeros del Titanic. De hecho, la heroica decisión tomada por el capitan del Carpathia, Arthur Henry Rostron, quien sin dudarlo un instante pone rumbo inmediato al lugar de la tragedia a 93 kilómetros y a quien generaciones enteras tendrán que mostrar gratitud entera por su providencial presencia en el lugar del hundimiento, rescatando a los más de 700 supervivientes. El fin de la suerte del Carpathia, termina en 1918, ya con la Primera Guerra Mundial, dando sus últimos coletazos. El barco, aunque podía ser convertido en barco de transporte de tropas, con capacidad para 3000 soldados, jamás fue convertido en transporte bélico. El 17 de junio de 1918, hacía la ruta rumbo a Estados Unidos, junto con un convoy de otros barcos. Cuando se encontraba a la altura de 120 millas de Fasnet (Irlanda), y al mando del capitán Willian Prothero, recibe tres impactos de un submarino alemán, al mando de Wilhem Werner, matando a tres tripulantes, pero sin consecuencias para los 57 pasajeros y resto de tripulantes. Se hunde definitivamente a las 12.40 de la mañana.

Con respecto a los tres caballeros fotografiados por el padre Frank Browne a bordo del Titanic: John Jacob Astor, Benjamin Guggenheim e Isador Strauss, habían sido invitados por John Pierpont Morgan a bordo del trayecto inaugural del deslumbrante buque propiedad del financiero jesuita , para parlamentar con el mismo J. P. Morgan aparentemente para acercar posturas y limar asperezas respecto de la conveniencia de la creación del Banco Central Norteamericano, el llamado actualmente banco de la Reserva federal Norteamericana, algo a lo que estos tres hombres se oponían radicalmente, a pesar de  los argumentos esgrimidos a favor de dicha creación en virtud del llamado 'Panico de 1907', La crisis financiera que tuvo lugar en los Estados Unidos cuando la Bolsa de Nueva York cayó cerca de 51% de su pico el año anterior.
JP Morgan nunca embarcó en el Titanic, aduciendo una indisposición.

El hundimiento del Titanic, como el asesinato de John F. Kennedy y el de su hermano Bobby, el del Dr, Martin Luther King, Mahatma Ganghi, John Lennon, y tantos otros adalides de la libertad, se planificó como ritual del sacrificio de estas tres personas opuestas al imperio de la orden jesuita en los Estados Unidos. Las demás víctimas fueron considerados simples y justificables 'daños colaterales' personas totalmente prescindibles. El hundimiento del Titanic fue posiblemente el mayor desastre mediático de la primera mitad del s.XX si exceptuamos los dos conflictos armados mundiales. Y, de acuerdo con el libro 'Terroristas secretos' de J. Hughes, esta tragedia, como otras que menciona el libro, fue ordenada por la orden jesuita, auténtico brazo militar de la iglesia católica romana.
Un 14 de abril (1912), curiosamente coincide con la misma fecha en que Abraham Lincoln fue asesinado.
Recordemos que Lincoln, en su momento se había opuesto a un prematuro intento por otorgar al Congreso el poder de imprimir el dinero. También abolió la esclavitud).
Con la desaparición de los tres financieros mencionados desapareció toda oposición a la creación de la Reserva Federal de Wall Street, el organismo financiero privado que regula y ha tenido secuestrado hasta hoy el flujo financiero. En diciembre de 1913 nace dicho organismo y se sientan las bases del proceso inflacionario/deflacionario que actualmente conocemos. Ocho meses más tarde los jesuitas ya habían, gracias a ello, obtenido suficiente financiación (a expensas de los contribuyentes norteamericanos) como para dar el pistoletazo de salida a la Iª Guerra Mundial.


"Es espantoso dirigir a este gran pueblo pacífico a la guerra, a la más terrible y peligrosa de todas las guerras, en la cual la civilización misma parece estar en la balanza."
(Woodrow Wilson, Presidente de EEUU 1912-1920)

La llamada 1ª Guerra Mundial tuvo su origen en el asesinato en Sarajevo del Archiduque Francisco Fernando, heredero al trono del imperio austro-húngaro. No olvidemos que Sarajevo era la capital de Serbia, cuya ancestral fe ortodoxa –junto con los planes expansionistas de anexión con Bosnia-Herzegovina– y la órbita que describía alrededor de la Gran Madre Rusia, entraba en colisión con la doctrina que, desde Roma, reconocía al Papa como supremo y único representante de Jesucristo en la Tierra. En un mundo tan diverso y tolerante, resulta curiosa la insistencia en transmitir un pensamiento único.
Cada vez más rumores apuntan a que la necesidad por parte de las esferas vaticanas de extirpar a la familia Rusa Romanov, defensores del cisma cristiano. Esta sería, y no la difundida lucha obrera, la verdadera razón de la Revolución bolchevique. No en vano, la financiación necesaria para imponer la llamada dictadura del proletariado y acabar con la Rusia zarista, provino de los fondos generados por la Reserva Federal Norteamericana, verdadera fuente de creación del modelo dinero-deuda impuesto por la élite sionista-jesuita.
Eric J. Phelps, Asesinos Vaticanos. Halcon Unified Services. P. 247.

El drama del Titanic fue, en definitiva, uno de los crímenes más perversos jamás cometidos.
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