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miércoles, 20 de abril de 2011

Dinero y amor (parte I)

Pocos asuntos ocupan en tan gran medida a tantas mentes o estimulan tantas emociones como el dinero. En gran medida eso se debe a que el dinero supone un insuperable problema para la mayoría de las personas. Y sin embargo el dinero en sí, carece totalmente de valor si se desvincula de los bienes y servicios que pueden ser adquiridos con él. El propósito del dinero es facilitar el intercambio de bienes y servicios entre las personas. Así ha sido siempre. Es un elemento, una energía, consensuada que complementa exponencialmente del inherente sistema de trueque que rige las relaciones humanas desde tiempos inmemoriales. Ideado para que los humanos podamos interactuar e intercambiar las habilidades adquiridas y talentos innatos así como los objetos producidos como consecuencia del desarrollo de dichas capacidades, el dinero ha regulado y ha sido la base, hasta bien entrado el s.XX, el incontestable fundamento de la economía social.
Hasta aquí las palabras bonitas, la teoría. Pero trituremos las grandilocuentes expresiones e imaginemos por un instante que regresamos en el tiempo…a un día cualquiera de mercado en una localidad cualquiera del centro de Europa alrededor de 1620. Han pasado relativamente pocos años desde que la rapiña de los conquistadores en Tenochtitlan y Cuzco, armados de espadas y cruces, pasara a engrosar las arcas del Banco de Inglaterra y las finanzas vaticanas…

Boniface es un granjero alsaciano acomodado. Comercia principalmente con pollos. Ha bajado esta mañana hasta el mercado de Estrasburgo para adquirir manzanas. No se ha traído esta vez sus pollos así que una vez en el puesto de frutero, se ha ofrecido a firmarle una nota acreditando al portador de la misma (sin nombrarlo necesariamente) como beneficiario de dos sanas gallinas, que podrán ser recogidas en la granja de Boniface en cualquier momento desde ese instante.
Hugues, el frutero, conoce a Boniface desde la infancia y no tiene problema alguno para aceptar el 'billete' que le firma su amigo. Boniface se despide y se lleva su cesta de manzanas, dejando a Hugues con la promesa de recibirlo en su granja cuando éste desee canjearle el billete por las dos gallinas.

El día se acerca a su fin y Hugues decide, tras recoger sus frutas, darse un paseo por los puestos, antes de regresar a casa. Recuerda que Odile hace semanas que le insiste con que quiere a toda costa unos metros de esa seda tan renombrada que desde hace unos años está llegando a Europa en caravanas desde el lejano Oriente. Hugues lleva ese mismo tiempo sin poder disfrutar los favores sexuales de su mujer, que condiciona su ternura conyugal a la adquisición de dicho exquisito –y caro– tejido. El problema para Hugues es que Gian Luca, el comerciante judío veneciano que exhibe orgulloso sus novedosos tejidos, no tiene ninguna necesidad de manzanas. Inicialmente decepcionado, Hugues recuerda la nota de Boniface y propone al mercader semita un trueque novedoso: seda por pollos. Gian Luca, sorpresivamente acepta. El rostro de Huges se ilumina entonces como hacía semanas que no sucedía: esta noche conocerá de nuevo a su mujer.
Gian Luca es ahora quien está acreditado para canjear las dos gallinas de Boniface. Las dos gallinas no han salido del gallinero en todo el día, ajenas a los acuerdos pactados por el ser humano, en virtud de los cuales, han cambiado de propietario dos veces en el transcurso del día.

Por su parte Boniface vuelto a casa en Reutenbourg, una pequeña localidad de los Vosgos, transcurrida la jornada con una cesta de manzanas, un saco de maíz y un par de nuevos cuchillos con los que deshuesar con habilidad cuasi quirúrgica a sus aves. Y todo eso sin haber hecho entrega de ningún pollo.
Pasa una semana y de los tres acreedores, tan solo uno se ha presentado a canjear su billete por los dos pollos. Un billete que Boniface, al día siguiente pone de nuevo 'en circulación', visto el provecho obtenido…Sabe que puede pasar algún tiempo hasta que aquellos a quienes adeuda pollos pasen a retirarlos. Incluso es consciente de que esos billetes podrían no regresar a él nunca y empezar a cobrar valor por sí mismos. ¿te das cuenta de lo tentador que es para Boniface el novedoso uso que está haciendo de esos 'billetes' que desde hoy circulan libremente por la zona? La tentación acaba haciendo mella en las recién estrenadas neuronas de Boniface. Su familia es todo lo extensa que la inexistente planificación familiar medieval ofrece. Cinco hijas, de las que dos ya están en edad de formar su propio hogar, suponen un gravoso peso en la economía familiar, habida cuenta de que nos hallamos en una época que las mujeres no son generadoras de activos económicos. Y unos futuros yernos a los que todo suegro se ve inevitablemente obligado a impresionar con la esperanza de que los mentados acaben aceptando hacerse cargo de la manutención de sus hijas. Resuelto a dejar boquiabiertos a sus futuros consuegros, Boniface pone rumbo a Estrasburgo y una vez allí calienta sus dedos, pone sus ojos sobre las viandas más suculentas y privativas, y se pone a firmar billetes canjeables por pollos que ni siquiera han sido incubados!

La opípara cena, sin parangón en los anales genealógicos de la estirpe Troussard, produce el efecto deseado. El rumor del opulento ágape obtiene un eco inusitado entre el vecindario y pronto el prestigio social de Boniface alcanza un lugar en la pirámide de influencias del que, por mucho que se resista, su permeable ego va a caer preso. Durante una larga temporada Odile facilitará a su esposo el acceso a sus deseados favores maritales. Todo parece ir a pedir de boca. La vida sonríe al bueno de Boniface Troussard, pero el alambicado tejemaneje que el granjero precisa continuar hilvanando para mantener su ficticio tren de vida se le está volviendo en contra. Habiendo saturado el mercado de billetes validables por 1 ó 2 pollos, el mismo mercado no acepta ya dichos billetes por la precisa razón de que hay muchos circulando. La sagrada regla de la oferta y la demanda entra en juego y cual ley de Murphy, termina haciéndose notar. La consecuencia de ello es que Boniface se vea obligado a incrementar el valor intrínseco de esos certificados de garantía, conocidos en el s.XIX como dinero fiducidario, pagarés, en definitiva que ahora pasarán a ser canjeables por tres pollos en lugar de dos para que el interés del futuro tenedor/aceptador de los mismos no decaiga. Al mismo tiempo, Boniface, incapaz de equiparar su producción avícola con la credibilidad/confianza que los pagarés que está firmando reclaman, ha entrado ya en una viciosa espiral de la que no puede salir: cuantos más certificados emite, menos valor, inevitablemente, tienen. Consecuentemente se ve obligado a continuar en la carrera suicida, emitiendo más y más billetes para obtener, no ya más o mejores productos a cambio de ellos, sino al menos la misma cantidad/calidad de lo que necesita para impresionar a la segunda familia política que, estando de camino, se ha vió impresionada por los rumores de una riqueza a la que el propio Boniface ya no puede corresponder. A esto es a lo que llamamos inflación monetaria. Es lo que la Reserva Federal Norteamericana, cuya creación un grupo de personas (H P Morgan principalmente) forzaron en 1913, bajo amenaza de repetir el famoso 'panico de 1907'

Ahora viene la parte negativa del asunto.
Los billetes/certificados firmados por Boniface, que han cobrado vida por si mismos, circulan ya por la región incontroladamente. Si bien no todos, algunos propietarios empiezan a acudir a la vez a la granja de Boniface a retirar sus legítimos pollos, lo cual provoca la extinción repentina de las existencias de aves en la granja de los Troussard. Ante la evidente debacle experimentada por Boniface como comerciante, en su carrera hacia un estado de bienestar ficticio, y ante la posibilidad más que manifiesta de que más acreedores se presenten en su granja reclamando los pollos que ya no tiene, para preservar las pocas aves que posee Boniface decide disminuir el valor de los billetes aún no canjeados, declarando que ahora solo valen la mitad de lo que se lee en ellos. 
A esto se le llama devaluación de moneda. Es lo que está a punto de pasar en los EEUU y no muy tarde al euro.


En resumen, a Boniface a quien le cuesta admitir que ha sobrevalorado (número de pollos) intencionadamente los billetes emitidos, tratará de salvar su mermada reputación mintiendo, con el probable argumento de que una plaga ha diezmado la mitad de su corral. Ese recurso no le librará del descrédito, pero sí quizás de un linchamiento popular. La fe del mercado en sus billetes se verá socavada, sí, pero a estas alturas la vergüenza es una cualidad que en él brilla por su ausencia, pero le quedará la opción de regresar a sus orígenes, el dinero real, (sino al trueque directo puro y duro) con el agravante de que su mujer le haya probablemente abandonado (a menos que lo ame de verdad). Aunque si no quiere pasar por ese mal trago le queda apostarlo todo contra nada a hacerse con pagarés firmados por otro comerciante más solvente del que fiarse para poder continuar manteniendo su tren de vida. Quizá así consiga algo más importante, lo que realmente le importa: permitirse el lujo de los favores conyugales de Odile…


Moraleja: ojo con tus adicciones y dependencias.



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